En el ámbito de las ciencias económicas, existe un prolongado debate ideológico que enfrenta dos perspectivas: una que aboga por un mercado global y autorregulado, con mínima intervención estatal, y otra que propone una participación más activa por parte de los Estados en la esfera productiva y económica, incluyendo la definición de directrices, el respaldo financiero a industrias estratégicas y la regulación de ciertos mercados.

El tecnonacionalismo, surgido en un contexto de globalización y cuestionamiento de los fundamentalismos de mercado tras la crisis económica mundial de 2008, se manifiesta como una estrategia adoptada por algunos países, especialmente China, en busca de un desarrollo tecnológico más activo. Esta doctrina se centra en alianzas público-privadas, donde el Estado no solo es un inversor relevante en investigación y desarrollo (I+D), sino que también desempeña un papel activo como planificador. Esta estrategia implica un retorno progresivo al proteccionismo tecnológico y económico propio de modelos nacionalistas del siglo XX.





La estrategia tecnonacionalista busca fortalecer la innovación en áreas científico-técnicas para favorecer la soberanía tecnológica del país. Además, aspira a obtener liderazgo e influencia geopolítica a nivel global, ofreciendo ventajas competitivas respecto a otras potencias. Esta estrategia, originada en los lineamientos de la Sociedad Armoniosa en China, se ha traducido en notables avances, como el liderazgo en investigación sobre tecnología 5G por parte de Huawei, empresa que también destaca por ofrecer tecnología a precios competitivos gracias a costos de producción bajos.




A pesar de los logros, el tecnonacionalismo ha generado tensiones, especialmente entre Estados Unidos y China, evidenciadas en la imposición de aranceles y sanciones a empresas tecnológicas chinas. Sin embargo, estas medidas han sido objeto de controversia debido a la falta de pruebas contundentes para respaldar acusaciones de espionaje y desinformación.

El desafío para países que han limitado la intervención estatal en investigación y desarrollo es reconocer su retraso en innovación y evitar medidas proteccionistas impulsadas por el temor a perder hegemonía. La evidencia sugiere que los sistemas nacionales de innovación, como el chino, son prometedores para avances científicos y tecnológicos significativos. A pesar de ello, el tecnonacionalismo plantea interrogantes sobre si, en plena globalización y en camino hacia una cuarta revolución industrial, es más deseable optar por la colaboración internacional en lugar de carreras por la soberanía tecnológica.

Algunos, de manera catastrofista, anticipan posibles Guerras Frías tecnológicas bipolares, ignorando la complejidad del escenario global actual, con múltiples actores. Además, a pesar de una eventual intervención estatal en las políticas de desarrollo tecnológico, el mercado seguirá desempeñando un papel crucial en las dinámicas de innovación, producción, oferta y demanda de nuevas tecnologías.